miércoles, 13 de agosto de 2008

A Horacio



Estimado Horacio, te he soñado despierto y radiante y esa sonrisa era un atardecer con un bello ocaso que nos dejaba ver su último rayo. ambos vimos la luz verde y supimos el destino de nuestras existencias. en la comunión de cada uno, en el límite de toda paciencia hay cierta ambiguedad.

encuentro en la tolerancia la fórmula para permanecer juntos infinitamente. sin embargo, el entendimiento y la empatía no son las virtudes de esta roedora de papel.

Horacio, ¿con qué ojos debo ver tu displicencia arrullada en mi pecho
o tu sombra latente en cada rincón de mi humanidad?

¿qué es el amor? me preguntas
yo te digo Horacio
que eres tú el amor
tú y todo lo que tu condescendencia divina exculpan

me expías de toda cadena terrenal
y te digo amén haciéndote el amor:

amén
amén
amén.

2

Horacio, mi rostro se oculta tras el tuyo
en él he hallado la paz
una felicidad impávida y asimétrica que mis bolsillos no llegarán a entender jamás.

veo la luz artificial de aquellos postes que brillan sobre tu espalda desnuda
un arco níveo que en la lúgubre madrugada se extiende para penetrarme
y yo sueño un vuelo, un nado, una caminata
tu cuello trotando,
el paso de un caballo desliza toda montaña en mi nombre y tu nombre en la voz de mis susurros o en el eco del mar que observo mientras todo tú te transformas en esa saliva vital que me inunda y rebalsa hasta llegar a la orilla de esa puerta.

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